Capitulo 24- El eco del castigo

El dolor recorría cada fibra de su cuerpo como brasas encendidas. Cada latigazo aún ardía en su piel, aunque la sangre ya se había secado en la tela de su túnica desgarrada. Tala apenas podía mantenerse erguida sobre el camastro donde la habían dejado después del castigo. Sus manos temblaban, pero no de debilidad, sino de la furia contenida que amenazaba con romperla en dos.

Cerró los ojos y dejó que su respiración se volviera lenta, profunda. El poder que había intentado ocultar desde niña empezó a despertar, fluyendo por sus venas como un río silencioso. Lo concentró en las heridas de su espalda, sintiendo cómo la carne lacerada comenzaba a cerrarse poco a poco. El dolor no desaparecía del todo, pero se transformaba en calor, en energía que podía controlar.

El dije sobre su pecho ardió de repente, como si quisiera recordarle que no estaba a salvo, que cada sombra a su alrededor escondía un enemigo. Tala apretó los dientes y posó la mano sobre el colgante.

—Lo sé… —susurró en voz baj
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