El silencio de la noche pesaba en la habitación, pero en la mente de Tala todo era un torbellino. Sus ojos aún ardían con la imagen grabada a fuego: la marca de la luna brillando sobre la piel de Ruddy.
Se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo su propio colgante pulsaba, como si reaccionara a lo que había descubierto.
—No puede ser… —murmuró apenas audible, con el corazón latiendo con fuerza.
Recordó las palabras de su madre en la visión: “La mayor amenaza no es Tania.”
Por un instante, la sospecha se clavó como una daga en sus entrañas. ¿Y si esa amenaza era Ruddy? El mismo que había jurado protegerla, el que un día fue su único refugio y al mismo tiempo su verdugo.
Se levantó y caminó por la habitación con pasos contenidos, como un animal enjaulado.
Su mente viajaba al pasado… a los golpes, a las acusaciones falsas, al frío de la tierra cuando la sangre de su bebé se mezcló con la suya. Había sufrido demasiado por confiar ciegamente.
—¿Y si esta vez la luna me está mostrando lo qu