Regina, con los ojos enrojecidos y una mezcla de furia y decepción, clavó la mirada en Gabriel.
Era claro que él no esperaba que Mónica se atreviera a tanto. Con el semblante endurecido, apartó de un manotazo la mano de Andrés.
Se dio la vuelta y salió corriendo del salón privado.
Alterado, fue tras ella a grandes zancadas. Apenas cruzó el umbral, la alcanzó y la sujetó del brazo.
—¡No me toques!
Su voz sonó aguda mientras se retorcía para liberarse, las lágrimas rodando por sus mejillas una tras otra.
Verla con la cara bañada en lágrimas le partió el corazón. Aumentó la presión de su agarre, sin soltarla, y dijo con seriedad:
—Cálmate.
—¿Que me calme?
Lo miró, recordando la humillación que acababa de sufrir. Y él se atrevía a pedirle calma. Le temblaban los hombros y los dedos, y su voz, entrecortada, tenía el eco de una resignación absoluta.
—Mañana vamos al registro civil a divorciarnos.
Otra vez, esa palabra. Que ella insistiera una y otra vez con el tema, lo frustraba y lo agotaba