Ragnar no dijo una sola palabra durante el camino. Mantenía la mandíbula apretada, la mirada fija al frente y el paso firme como si cada pisada contuviera la rabia que no se atrevía a soltar. Lyra lo miró de reojo, aún sentía la calidez de las manitas de Elia aferradas a la suya. Había sido un gesto dulce, inocente, las gemelas y su padre solo querían que fuera con ellos un rato... ¿por qué entonces Ragnar había reaccionado así?
Cuando cruzaron la puerta del dormitorio, él cerró de golpe y la miró como si hubiese cometido una traición.
—Se puede saber, ¿Qué te sucede? —cuestionó —. Parece que acaban de matar a tu gato.
—No me gustan los gatos.
—Entonces cualquier mascota —bufó.
—Quieres que esté de buen humor porque te vi con Jennek.
— Solo me estaba invitando a su casa. Fueron las niñas quienes...
—Estabas sonrojada. Y sonreías. Como si estuvieras coqueteando —gruñó él, acercándose.
—¿Tú me estás reclamando por eso? —su tono se volvió más agudo—. ¿Te das cuenta de lo que hiciste?