—La próxima vez que intentes escabullirte lejos de mí, te juro que te voy a perseguir. Y que te quede claro, te voy a atrapar. —S-sí, señor. — tartamudeé. De la nada, sentí que cada rincón de mi cuerpo empezaba a hervir. —¡Alfa! —me corrigió— Puedo ser un Licán y un Rey, pero sigo siendo tu Alfa, cariñito. Iris no era más que una Omega olvidada, una proscrita relegada a vivir como esclava en su propia manada, Espinas Negras. Marcos Sloane, destinado a heredar el poder, era la única persona en quien podía confiar. O al menos eso pensaba. Cuando un desconocido apareció en su camino, malherido y al borde de la muerte, el corazón lleno de bondad de Iris no le permitió darle la espalda, a pesar de que sabía bien lo que significaba proteger a un rebelde. Pero, apenas esa persona logró recuperarse, también se olvidó de ella. Iris ya había sentido toda esperanza esfumarse… hasta que aquel mismo desconocido regresó, justo cuando todo en su vida se estaba desmoronando. Sin embargo, lo que parecía ser su salvación, pronto se convertiría en una nueva herida, cuando salieran a la luz verdades que pondrían su mundo de cabeza, provocando que se sintiese aún más traicionada que nunca. Le habían dado una segunda oportunidad y un nuevo hogar… pero rápidamente cayó en cuenta de que la manada real no era lugar para una Omega proscrita, sin rango ni nombre. Y aquella atracción cada vez más fuerte hacia un Rey que nunca podrá ser suyo, era lo último que necesitaba. En un mundo marcado por amenazas de mutantes y luchas de poder, ¿podrá romper Iris las cadenas que la han atormentado toda su vida y forjar su propio destino, o estará irremediablemente condenada a seguir siendo una Omega rechazada?
Ler maisIrisAquel impudoroso frio del suelo de roca descendió a través de la delgada tela del vestido que yo llevaba puesto, más yo no podía dejar de estar trémula ante su sensación. Aquellas cadenas que Matilda insistió en usar son demasiado familiares, igual que las que Marcos me había puesto antes... mucho antes...Cerré con fuerza mis ojos, tratando de bloquear tan cruentos recuerdos. Calabozo diferente. Manada diferente. Pero tristemente la misma lección: siempre seré algo que debe ser mantenido encerrado. Pasos comenzaron de repente a resonar sobre el camino empedrado. Un monótono tic-tac de tacones, lujosos, sin prisa y confiados.—¿Cómoda? —la voz de Matilda exudaba una preocupación hipócrita.— Yo lamento mucho la acomodación que te han dado, pero los ladrones no pueden elegir.—Ambas sabemos que no robé nada —mi voz sonó más insignificante de lo que yo hubiese querido.Ella entre tanto y bajo la tenue luz no dejaba de parar de mirarse las uñas perfectamente hechas.—¿Lo dices en ser
CarlosPrimero sentí un dolor agudo, como una corazonada de terror. El terror de alguien más. El vínculo de compañeros se activó con el miedo de Iris, lo que me obligó a largarme de una junta sobre seguridad en las fronteras.—Y las patrullas del norte… —la voz de Gerard se fue apagando mientras otra ola de sentimientos me golpeaba; desesperación, traición y dolor.Me levanté antes de darme cuenta de que me estaba moviendo. — Encuéntrala. Ya. —¿Alfa? —Iris. —su nombre salió en un gruñido—. Algo está pasando. Mi lobo se retorcía bajo mi piel mientras caminaba rápido por la casa de la manada, siguiendo rastros de su aroma. Había estado en la biblioteca hacía poco; el olor de madreselva y lluvia aún flotaba cerca de su lugar favorito, junto a la ventana. Pero afuera, no había rastro de ella.Más guardias se unieron a la búsqueda, pero nadie la había visto en horas. Cada minuto que pasaba volvía a mi lobo aún más frenético. Nuestro vínculo rugía con angustia, pero yo no lograba ubicarla
IrisLa luna fue la única fiel testigo de cómo me escabullía de los aposentos de la manada. Faltaban tres horas vespertinas para el amanecer, y ya había aprendido a medir el tiempo por las sombras y el silencio. En Espinas Negras me enseñaron eso, además de cómo moverme sin ser vista, y convertirme en nada más que un fantasma en la oscuridad.Mi pequeña mochila pesaba más de lo que debía, aunque había empacado solo lo esencial; nada de lujos, nada de ropa de un closet que nunca fue mío, ninguna ilusión de pertenecer.El primer patrullaje de los guardias pasó justo debajo de mi ventana, como siempre. Se movían de una forma completamente automática, como en Espinas Negras. Manada distinta, pero mismos patrones predecibles. Conté sus pasos hasta que doblaron la esquina, luego me metí en las sombras del jardín, allí me oculté.Noté la ironía de la situación cuando usé los movimientos defensivos de los entrenamientos que estaba haciendo para no ser detectada. Mantente baja, atenta, usa lo q
IrisFue la palabra "carga" lo que me llamó la atención primero, cuando escuché las voces susurrando desde el estudio de Carlos mientras pasaba cerca.—Se está convirtiendo en una carga...—No podemos proteger a la manada si estamos todo el tiempo...—Hay que tomar una decisión sobre la Omega...Me quedé congelada, pegada a la pared junto a la puerta entreabierta. La voz de Carlos cortó el murmullo de los demás, tensa y firme.—Ella se queda, eso no está en discusión. —Pero, mi Rey, después de lo que pasó en la reunión...—Dije que no. La firmeza de su tono debió tranquilizarme, pero me recordó todas las veces que Marcos defendió que me quedara en Espinas Negras, hasta que me convertí en una mártir.Me fui antes de que me descubrieran espiando. La palabra "carga" resonaba en mi cabeza mientras me dirigía al comedor, esperando que algo de comida calmara esa sensación de vacío en mi abdomen.En el momento en que entré, supe que había cometido un error. Matilda estaba sentada en una mes
IrisEl aroma de las hierbas curativas normalmente me calma, pero hoy ni siquiera la rutina familiar de ordenar hojas y raíces puede calmar mis nervios. Los susurros de los empleados resuenan en la zona de sanación, como si fueran hojas cayendo:—La reunión de la alianza...—El mismo Rey Perseus sugirió...—La pareja perfecta, de verdad...Me concentre más en las hojas de milenrama en mis manos, tratando de hacerme más pequeña, invisible, hasta que Matilda entró por la puerta acompañada del mismísimo Rey Perseus, su voz resonó con una precisión claramente ensayada.—Las fronteras del norte siempre han sido nuestra principal preocupación —decía ella—. La manada de mi padre ha defendido ese territorio por generaciones.—Cierto —la fría aprobación de Perseo hizo que quisiera desaparecer—, Tu conocimiento sobre la política de manadas es... refrescante.Su mirada pasó por encima de mí como si no fuera nada, como resultado, la sonrisa de Matilda dejó ver un poco de sus colmillos.—Ay Violeta
CarlosDesde la ventana de mi oficina, escuchaba sus risas en la brisa matutina. Iris y Violeta estaban en el jardín, sirviendo el desayuno. El sol convertía el cabello plateado de Iris en algo que parecía el brillo de una estrella. Mi licán rugió con satisfacción al ver a nuestra compañera feliz, aunque no pudiéramos reclamarla aún.Pero entonces, el viento cambió, trayendo un olor que me dejó de piedra. Mis padres ya estaban de vuelta, tres semanas antes de lo esperado.Cuando los guardias anunciaron su llegada, yo ya estaba en el patio y Azazel rugía en mi mente, preocupado por la amenaza que acechaba a nuestra paz tan frágil. Recordé la magnitud del poder de mi padre cuando su carruaje llegó, con esa energía Alfa imponente e implacable que me hacía arrodillarme cuando era un cachorro. Ahora me mantenía firme, aunque algo dentro de mí seguía queriendo retroceder.—Carlitos —me saludó, con su voz que transmitía décadas de autoridad. Incluso antes de que bajara del carruaje, sus ojos
Último capítulo