Iris
Sentía una energía diferente en mis pasos mientras me dirigía a la casa de la manada. Era el día de la elección de la Omega Jefe y tenía claro que iba a poner mi nombre en la lista antes de que cerraran las inscripciones esa mañana. ¡Sabía que podía ganar! ¡Marcos vería lo que valía, estaba segurísima de eso!
Entré rápidamente a la cocina, solté mi bolso y me coloqué el delantal. La habitación estaba vacía, pero me asomé y revisé por encima del hombro, asegurándome de que nadie me estuviera viendo. Después de escribir rápidamente mi nombre en la lista de candidatos, iba a meter el bolígrafo en mi bolsillo cuando el grito agudo de Dafne me hizo saltar de la sorpresa.
—¿Qué crees que haces? —me preguntó.
—Na-nada. Solo me estoy preparando para trabajar —miré el reloj para comprobar que aún estaba temprano.
—Pues no te necesitamos aquí. ¡Busca algo que hacer afuera, donde no estorbes!
Prácticamente, salté fuera de la cocina hacia el jardín. Me gusta trabajar allí, era hermoso y tranquilo. Pero no tardé mucho en darme cuenta de que me habían tendido una trampa... el problema me esperaba justo afuera de la puerta trasera.
—¿Qué pretendes, perra? —una de las amigas de Dafne me empujó mientras su grupo de amigas se reía detrás de ella. Intenté esquivarla, pero ella me bloqueó el camino. —¿En serio pensaste que dejaríamos que una inútil como tú participe en la elección de la Omega Jefe? ¡Qué chiste! ¡Como si una pendeja de mierda como tú pudiera ser jefe de algo!
Me empujó del hombro, haciéndome tropezar. Antes de que pudiera recuperar el equilibrio, me dio un puñetazo en la nariz. Escuché un crujido y mi cabeza dio vueltas por el impacto, mi nariz empezó a sangrar, dejando mi cara manchada hasta el mentón.
Caí hacia atrás, perdiendo el equilibrio, entonces mi cabeza golpeó el concreto. Antes de que mi visión se aclarara, otro golpe llegó a mi estómago, quitándome el aire.
Se turnaron para patearme una y otra vez. Uno de sus pies dio con mis costillas y escuché una de ellas romperse, justo después, un dolor punzante me atravesó.
Puntos oscuros comenzaron a bailar frente a mis ojos, la consciencia se me escapaba rápidamente mientras luchaba por respirar. Poco a poco, sus voces se volvieron un murmullo, hasta que no quedó nada más que una oscuridad silenciosa, una paz placentera.
—¡No me toques! —grité, despertando de golpe y alejándome de las manos frías que me tocaban.
—Shh... pequeña, soy yo. —la voz grave de ese hermoso extraño me calmó al instante—. Quédate quieta para que termine de limpiar tus heridas.
A medida que la adrenalina por el miedo se desvanecía, el dolor de mis heridas volvió con fuerza. Inhalé bruscamente cuando sentí un tirón en mi costilla rota. Después, sentí el ardor de lo que sea que me estuviera poniendo en la cortada de mi frente.
—¿Cómo llegué aquí? —miré a mi alrededor, notando que estaba en la cama que él había ocupado toda la semana.
—Estaba dando un paseo cuando vi a un grupo de lobas llevando tu cuerpo inconsciente al otro lado de la frontera. ¡No te preocupes! —levantó la mano para callarme cuando abrí la boca para regañarlo—. Ellas no me vieron. Pero por suerte, yo las vi a ellas.
Levantó mi camisa para mostrar un moretón muy feo en mi pecho. Rasgó un trozo de mi sábana y lo envolvió firmemente alrededor de mis costillas. Fue insoportable, pero después de que el dolor inicial pasó, pude respirar un poco mejor.
—¡Oh, rayos! ¡La elección de la Omega Jefe! ¿Qué hora es? —exclamé de repente.
—No estás en condiciones de participar en esa humillación que el idiota del Alfa llama un concurso —gruñó—. Si el cachorro del Alfa necesita esa pendejada para tomar una decisión, en lugar de tomar en cuenta lo duro que trabajas todos los días, se merece a la idiota que elija.
—¡Esto es importante para mí! ¡Podría cambiar mi vida! —hice un puchero—. Por fin sería alguien respetada, no solo la marginada de la manada.
Su mirada se llenó de compasión mientras me escuchaba y la comprensión se reflejaba en su rostro. —Entonces, apúrate.
Me deslicé por la cama con una sonrisa brillante, a pesar del dolor que me recorría. Recuperándome, volví a la casa de la manada lo más rápido que mi cuerpo herido me permitió. Por supuesto, llegué tarde, pero la cara de Dafne al verme entrar valió la pena.
—Iris, ¡¿qué te pasó?! —gritó Marcos.
La forma en la que Dafne me miró prometía un mundo de dolor si me atrevía a decir la verdad, pero no había espacio en mi cabeza para ella cuando Marcos esperaba una respuesta.
—Perdón por llegar tarde —lo miré directamente a los ojos, ignorando los susurros a mi alrededor. —Quería participar en el concurso, pero... tuve un accidente.
Cruzó la habitación hasta mí, examinó las heridas en mi rostro y extremidades, suspirando con mucha preocupación.
—No hay suficiente tiempo para que completes todas las tareas y no sería justo elegirte a ti sobre aquellos que sí lo hicieron. Además, pareces demasiado propensa a los accidentes para estar en una posición tan importante. —apenas lo escuché, me entristecí—. Pero...
Levantó mi barbilla para que lo mirara. —He notado tu talento en la cocina, tus postres son deliciosos. ¿Qué te parecería ser nuestra nueva jefa de pastelería?
—¿Es en serio? ¡Muchísimas gracias! —Me puse de puntillas y le besé la mejilla antes de darme cuenta de lo que había hecho.
Escuché un gruñido y mis mejillas se enrojecieron de vergüenza, pero la sonrisa picarona de Marcos regresó.
—De nada, pajarita.
Tan pronto como pude, me fui a casa, ansiosa por contarle esa increíble noticia a mi nuevo amigo. A penas atravesé la puerta, le conté todo con emoción. Pensé que se alegraría por mí, pero me miró, molesto.
—¿No te parece raro? ¿Por qué el hijo del Alfa haría algo tan amable por la pobre marginada?
Me estremecí por el tono despectivo en sus palabras, pero ignoré el dolor y decidí defenderme, por una vez.
—¡Porque soy importante! ¡Solo porque el resto de esta manada y tú no lo vean, no significa que él no lo haga! —respondí con arrogancia.
Un gruñido frustrado salió de su pecho. —Solo te estoy advirtiendo que tengas cuidado. Los Alfas son conocidos por usar a las Omegas y luego tirarlas. No dejes que te seduzca para llevarte a su cama.
¡Si mis mejillas antes estaban rojas, ahora estaban al rojo vivo! Pero estaba tan furiosa como avergonzada.
—¡Tal vez el que debería tener cuidado seas tú! ¡Te dije que no salieras! ¡Nos vas a matar a los dos!
Di la vuelta rápidamente y me fui con toda la indignación que sentía, dirigiéndome al único cuarto de esa casa con puerta, el baño, entonces, ¡le cerré la puerta en su puta cara!