Iris
Para cuando llegué a la casa de la manada, ya había una multitud bastante grande reunida allí. El Alfa estaba de pie en los escalones de piedra, y la fachada imponente solo hacía que su presencia fuese aún más vigorosa. A sus pies yacían los cuerpos sin vida de tres rebeldes, como una especie de ofrenda de parte de sus fieles guardias.
Todos esperaban en silencio, con el aire contenido, ansiosos por escucharlo hablar, por saber qué haría para frenar esas invasiones cada vez más frecuentes y mantenernos a salvo. Me paré de puntitas para ver por encima de la gente. Marcos estaba al lado de su padre, y como si fuera su sombra, pegada a él, con una sonrisa arrogante, estaba Dafne.
A decir verdad, Marcos habría podido elegir a alguien muchísimo mejor. Todos sabían que ella solo lo quería por su estatus y dinero, así que no entendía cómo era que él no se daba cuenta.
Debería estar con alguien que lo quisiera por cómo era internamente, que se asegurara de recordarle todos los días lo increíble que era, no alguien que solo lo usara. Sabía que Dafne no iba a dejar que nadie se le acercara lo suficiente para demostrarle eso.
Ella comenzó a mirar la multitud como si buscara a alguien. Cuando me vio, me miró fijamente. Pude ver la maldad justo detrás de su sonrisa, que se convirtió en una mueca cruel antes de cambiar a una expresión de horror.
—¡Fue esa desgraciada! —exclamó, señalándome— ¡ella los dejó entrar!
No podía estar hablando de mí... ¿o sí? Me aterraban los rebeldes y casi dejo morir a Carlos por ese temor, así que jamás me acercaría a ellos.
Pero la gente empezó a apartarse de mí como si fuera una plaga, todos me veían con desconfianza. No entendí qué estaba pasando, yo no había hecho nada malo, ¿cómo podían creerle?
—¿Qué… qué? —balbuceé, encogiéndome al ver que me clavaban sus miradas llenas de odio.
—¡Dafne, esa es una acusación bastante grave! Pero no podemos juzgarla sin pruebas, ni su debido proceso. Dinos exactamente qué viste, por favor —la voz de Marcos se alzó entre el alboroto.
Por un segundo, tuve esperanza; seguro que él sabía que esa acusación era ridícula, ella no tenía pruebas, porque yo no había hecho nada. Tal vez, hasta la castigaría por mentir.
La multitud gritaba, exigiendo respuestas, pero el Alfa levantó una mano para silenciarlos. Todos quedaron en silencio, atentos a cada palabra de Dafne. Quería gritarles que abrieran los ojos, que vieran lo que ella realmente era, pero estaban hechizados.
—La he visto comportándose de forma extraña últimamente —Dafne se acomodó el cabello, exagerando cada palabra—. Ha estado robando comida de la cocina de la casa de la manada y se va corriendo, como si fuera a encontrarse con alguien. Así que la seguí y descubrí que ha estado escondiendo a uno de ellos en su choza.
Toda la manada gritó de sorpresa.
—Tonterías, ¡de ninguna manera, eso no es verdad! —grité, pero la orden del Alfa me obligó a callar.
—¡Silencio! —gritó —¡tráiganla!
Me quedé quieta cuando los guardias corrieron hacia mí, sabiendo que no tenía nada que esconder. La manada me rodeó, emocionados de ver el espectáculo. Aunque les rogué que me escucharan, nadie lo hizo, era obvio que no iban a desafiar al Alfa por una Omega sin lobo como yo. No puse resistencia cuando los guardias me arrastraron, porque no tenía opción. Me arrojaron a los pies del Alfa, y ni siquiera Marcos hizo el intento de ayudarme a levantarme. Estaba completamente a su merced.
Ahora que hasta Marcos me había dado la espalda, entendí claramente mi situación: no tenía salida. Era una Omega sin lobo, no valía nada. Por supuesto que iban a creerle a Dafne antes que a mí.
—¡De pie! —ordenó el Alfa con su voz de mando, por lo que mi cuerpo obedeció.
Se inclinó hacia mí, aspirando profundamente, de pronto se echó para atrás como si algo lo hubiera empujado. Se puso rojo y apretó los puños con rabia, pero yo no entendía por qué. ¿Acaso olía tan mal?
Se acercó más y me susurró al oído, tan bajo que solo yo pude oírlo.
—Has estado cerca de un lobo poderoso. Puedo sentir su aura en ti y sé que no es un rebelde. ¿Quién es? —exigió saber— ¿Quién está conspirando para quedarse con mi manada?
—No… Alfa. Lo juro, no estoy conspirando con nadie. No conozco a nadie así —le supliqué que me creyera.
—Está bien, perra malagradecida. Si no quieres hablar, tal vez una noche en el calabozo haga que sueltes la lengua.
—¡Por favor! ¡Le estoy diciendo la verdad y nada más que la verdad! —lloré, pero me ignoró. Dio un paso atrás y habló para todos.
—Esta joven tiene el aura de otro lobo. Todavía tiene su olor, y no es el aroma de nadie de Espinas Negras. ¡Es culpable de traición! ¡Llévenla a las celdas para que espere su castigo!
—¡No! ¡Yo no hice nada! ¡Marcos, por favor, ayúdame! —grité.
Sin embargo, cuando Marcos me miró, sus ojos eran indiferentes, luego se dio la vuelta sin decir nada. Dafne lo agarró del brazo, recargándose en él con una sonrisa triunfante mientras se lo llevaba.
—¡Él no era un rebelde! ¡Él era mi amigo! —seguí gritando, pero nadie me escuchó. Todos aplaudían mientras me arrastraban hasta las celdas.
Al final, me rendí. La voz se me quebró, la garganta me ardía de tanto gritar. Me tiraron en una celda diminuta, rodeada de paredes de concreto y un piso duro y frío. Me quedé ahí, preguntándome cuántas horas me quedaban de vida.