—Ma-Marcos... gr-gracias a la D-Diosa del Cielo —me temblaban tanto los dientes que me dolía la mandíbula, apenas podía hablar. Pero, a pesar del frío que penetraba mis huesos, mi corazón se sintió aliviado al verlo—. P-por favor... ¡ayúdame!
—Ay, pajarita, ¿qué hiciste ahora? —preguntó mientras cerraba la puerta de la celda.
Su tono era casi emocionado, y tenía un brillo en los ojos que me revolvió el estómago. El Marcos amable, el que siempre me sonreía, no estaba por ninguna parte. Miré alrededor, buscando dónde esconderme, pero no había dónde, solo un cuarto de concreto, helado y vacío.
—N-nada... —balbuceé, arrastrándome hasta la esquina más alejada—. Lo juro...
—Eso no es verdad, ¿o sí? —sus palabras salían con tranquilidad, pero detrás de eso sentía su furia lista para estallar— No quiero hacerte daño, pajarita. Pero voy a tener que hacerlo si no me dices la verdad.
No le creí, era obvio que quería hacerme daño e iba a hacerlo dijera lo que dijera. Aun así, supliqué.
—¡Por favor, Marcos! —empecé a llorar, el terror me recorrió todo el cuerpo— ¡No conozco a ningún rebelde, nunca he conocido a ninguno! Yo tan solo salvé a un hombre que fue herido por rebeldes. Entró a la manada tambaleándose, escapando de sus atacantes, pero era solo un omega, estaba tan débil que ni se le notaba el aura. No formé parte de ninguna conspiración, ¡lo juro!
—¡Mentira! —El dolor explotó en mi mejilla con tanta fuerza que pensé que un ojo se me iba a salir. Él sacudió la mano, adolorida por el golpe, luego me agarró del brazo con tanta fuerza que me dejó marcas, obligándome a ponerme de pie.— ¡Levántate!
—Si no colaboras, ¡tendré que forzarte a hablar! —me empujó la cara contra la pared y me sujetó ahí con una mano mientras desgarraba la parte trasera de mi vestido con la otra— ¡No te muevas! —ordenó con su aura de Alfa, así que no tuve más opción que obedecer.
—¿Q-qué haces...? —mi voz tembló al escuchar el sonido de su cinturón desabrochándose.
—Te voy a enseñar lo que pasa cuando me mientes. ¡Yo mismo voy a sacarte la verdad a golpes! —respondió, con un tono que sonaba casi feliz.
¿Cómo pude haber sido tan estúpida e incapaz de ver el tipo de hombre que realmente era? Nunca vi al monstruo cruel que tenía enfrente. Ese fue mi último pensamiento antes de que el cuero del cinturón me golpeara de tal forma, que me hizo caer de rodillas.
El muy canalla me azotó una y otra vez. Cada golpe me arrancaba un grito y la piel se me laceraba. Lloré y grité hasta que me quedé sin voz, pero aun así, el desgraciado no paraba. Aunque estaba bajo su mando, mi cuerpo ya no aguantaba más y me desplomé sobre el concreto, pero él no se detuvo. Cobardemente, me pateaba entre latigazos.
Alguien golpeando la puerta de metal me dio un pequeño respiro. Marcos jadeaba por el esfuerzo mientras cruzaba el cuarto y abría la puerta.
—Alfa, es hora. Su padre dice que hay que llevar a la prisionera a la plaza para la ejecución. —escuché decir a alguien, y aunque debí haberme muerto del miedo, solo sentí alivio. Si eso ponía fin a esa tortura, bienvenido fuese.
—¡Mírala! ¡No puede caminar! ¿Acaso esperas que yo cargue con esta traidora? Llévatela —escupió Marcos—. Tengo que arreglarme, y no la maten hasta que yo llegue, tengo una despedida especial preparada.
Escuché pasos acercándose, luego me levantaron del suelo y me pusieron en el hombro de un hombre. El dolor me atravesó, pero solo logré soltar un quejido antes de desmayarme por completo.
Cuando desperté, fue por los gritos de la manada pidiendo mi muerte. Me habían puesto de rodillas, con las manos atadas detrás de la espalda y tenía la cabeza colgando, sin fuerzas ni para mirar al frente.
—Que la muerte de esta traidora sea una advertencia para todos. ¡Si conspiran con rebeldes, serán capturados y pagarán con su vida! —rugió el Alfa ante la multitud.
—¡Padre, espera! —lo interrumpió Marcos, y un destello de esperanza me atravesó el pecho. Pero después de lo que me había hecho, debí saber que no venía a salvarme. Por supuesto que quería clavar el último cuchillo antes de matarme.— Tengo algo que decirle a esta omega sin lobo. antes de que termine su patética vida. Yo, Marcos Espinas Negras, futuro Alfa de la manada Espinas Negras, te rechazo, Iris Rivas, como mi compañera y futura Luna.
Creí que el cinturón había sido lo más doloroso en mi vida, pero no. Tras el rechazo... sentí como si me partieran el alma. El grito que proferí fue tan fuerte que se mezcló con los gritos de la gente, un sonido desgarrador, lleno de vacío. Sin embargo, Marcos solo se rio.
¡Él lo sabía! Todo ese tiempo, viendo cómo me trataban y humillaban, ¡sabía que era su compañera y no hizo nada!
Marcos nunca me quiso, ni creyó en mí, aunque fingiera que sí. Solo estaba esperando ese momento, la oportunidad para rechazarme y hacerme pedazos.
Qué bueno que estaba por morir, porque ese dolor, esa soledad, era más de lo que podía soportar. Nunca fui realmente feliz, pero lo único que había tenido se desmoronaba ante mí. Quise gritar, soltar todo el dolor, pero lo único que logré fue un par de carcajadas débiles. Un sonido frágil, quebrado, consciente de que ese era mi fin.
Cuando el Alfa levantó la mano, con las garras listas para cortarme la garganta, cerré los ojos y pensé en un recuerdo que podía atesorar, el único que no me haría pedazos, pensé en ese guapo rebelde, mi único amigo verdadero. Era seco y malhumorado, pero dulce, siempre fue bueno conmigo.
Esperaba que hubiese llegado a casa sano y salvo, donde fuese que quedara su hogar. Ojalá hubiera podido verlo una vez más, deseaba que su hermosa cara fuera lo último que viera antes de morir.
Esperé el golpe que llegaría en cualquier segundo, pero en su lugar, un rugido ensordecedor sacudió el aire: —¡Deténganse!
La fuerza de ese grito me dejó sin aliento. Abrí un ojo y vi al Alfa paralizado, con sus garras en el aire, y a toda la manada de rodillas, aplastados por el peso de esa voz.
—¿Quién se atreve a hacerle daño a esta mujer? —se alzó la voz de mi salvador.