Carlos
Desde la ventana de mi oficina, escuchaba sus risas en la brisa matutina. Iris y Violeta estaban en el jardín, sirviendo el desayuno. El sol convertía el cabello plateado de Iris en algo que parecía el brillo de una estrella. Mi licán rugió con satisfacción al ver a nuestra compañera feliz, aunque no pudiéramos reclamarla aún.
Pero entonces, el viento cambió, trayendo un olor que me dejó de piedra. Mis padres ya estaban de vuelta, tres semanas antes de lo esperado.
Cuando los guardias anunciaron su llegada, yo ya estaba en el patio y Azazel rugía en mi mente, preocupado por la amenaza que acechaba a nuestra paz tan frágil. Recordé la magnitud del poder de mi padre cuando su carruaje llegó, con esa energía Alfa imponente e implacable que me hacía arrodillarme cuando era un cachorro. Ahora me mantenía firme, aunque algo dentro de mí seguía queriendo retroceder.
—Carlitos —me saludó, con su voz que transmitía décadas de autoridad. Incluso antes de que bajara del carruaje, sus ojos