La Omega Proscrita
La Omega Proscrita
Por: Cara Anderson
Capítulo 1
Punto de vista de Iris

—Iris, ¡Iris! ¿Dónde está esa chica estúpida sin lobo? —estaba corriendo hacia la casa de la manada cuando escuché gritar a Dafne, era la hija del Beta y según ella, la futura Luna.

—¡Aquí estoy! —respondí, cansadísima y sin aliento.

—¡Llegas tarde! —me regañó. En sus ojos, pude ver su furia y la amenaza de un castigo.

Dafne agarró mis muñecas, retorciéndolas con fuerza mientras me arrastraba hacia ella.

—¡Pero qué floja eres! ¿Cómo te atreves a aprovecharte de la amabilidad de tu Alfa?

Sentí el ardor en mi mejilla antes de siquiera darme cuenta de que me había dado una cachetada. De inmediato, mis ojos se llenaron de lágrimas que me negué a dejarlas caer, solo me froté la piel intentando ignorar las risotadas de los otros Omegas que se habían reunido para disfrutar del espectáculo.

Supongo que no estarían tan felices si les pasara lo mismo. Pero claro, por supuesto que eso nunca iba a pasar, al menos no cuando tenían a alguien como yo, una huérfana sin lobo, para maltratar a sus anchas.

—Vas a subir esa escalera y pulir el candelabro hasta que brille tanto que te duelan los ojos de verlo. Van a venir unos invitados muy importantes a cenar y no voy a permitir que nuestro Alfa entre en una casa que no esté impecable. —me ordenó.

—Pe… pero no puedo —balbuceé, con la voz temblorosa. —Es que le... tengo miedo a las alturas.

—¡Claro que sí puedes y lo harás! —insistió, sin mostrar la más mínima compasión— Ahora, sube esa escalera antes de que te dé una buena razón para estar asustada.

Metí el pulidor y algunos trapos en los bolsillos de mi delantal, aunque la costura estaba a punto de romperse por el peso, pensando; "Hazlo, Iris. Estarás bien. Muchos suben escaleras y sobreviven para contarlo." Subí la escalera sin mirar abajo, para que no me diera miedo.

Estaba casi en la cima cuando me resbalé. De repente, caí hacia atrás, con mis brazos revoloteando y los ojos cerrados. Pensé que en cualquier momento iba a sentir el golpe de mi cabeza contra el suelo.

Pero, el dolor que esperaba nunca llegó. En lugar de eso, un par de brazos fuertes me atraparon, y me atrajeron contra un cálido pecho varonil. Se sentía tan bien que quería quedarme allí para siempre.

—¿Y esta pajarita? —preguntó con una voz profunda, que tenía un toque chistoso. —Parece que aún no estás lista para revolotear.

—Marcos —susurré, mirándolo a los ojos, eran de un verde intenso, iguales a los de su padre, el Alfa—. Lo... lo lamento mucho. No sé por qué soy tan torpe. ¡Muchísimas gracias por atraparme!

Intenté moverme para bajarme, pero en cambio, él me colocó en el suelo suavemente. Mis manos se sentían pequeñas a comparación a las suyas, sus grandes palmas envolvían las mías, sus pulgares frotaban suavemente mis muñecas. Sonreía, pero no era una sonrisa amigable, más bien era como un lobo malo mostrando sus dientes.

—No tienes que darme las gracias, pajarita —dijo, viéndome con una sonrisa traviesa—. Estoy feliz de haber estado aquí. Será mejor que no vuelvas a subir. —Me tocó el mentón y metió un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

—Está bien, Alfa —dije, apenas conteniendo el aliento cuando de repente, su sonrisa se volvió más salvaje, como si quisiera devorarme, por lo que me zafé de sus brazos, sintiendo algo raro recorrer mi cuerpo.

—¡Buena niña! —exclamó con su voz profunda, que resonó desde su pecho. Luego, me lanzó una mirada llena de deseo y se fue.

—¡¿Cómo te atreves a molestar a Marcos?! —Dafne apareció de repente, haciéndome volver a la realidad—. Él tiene cosas mucho más importantes qué hacer, como para tener que salvar a una patética Omega sin lobo como tú.

Me agarró del brazo y clavando sus uñas en mi piel, me arrastró hasta la cocina. Cuando nadie nos podía ver, me tiró al suelo y se puso sobre mí, mirándome con odio.

—Como no pudiste hacer el trabajo tan simple que te di, ahora vas a ponerte a fregar todo el suelo de rodillas. ¡Que quede tan limpio que nuestros invitados puedan ver su reflejo en él! —me miró con maldad y echándose su cabello negro sobre el hombro, se fue.

Unas horas después, me detuve a mirar mi trabajo, satisfecha con lo que había logrado. El suelo brillaba como un espejo y la habitación olía a pino. Esperaba que Marcos estuviera orgulloso de mí cuando lo viera.

Cansada de fregar el piso, me fui al baño para descansar un rato. Dafne y algunas de sus amigas estaban reunidas, susurrando entre ellas, pero se callaron al verme pasar. Me preguntaba qué estaría planeando la maldita esa.

Cuando salí del baño, todas me estaban esperando. Una de ellas me agarró del cabello y me tiró al suelo, luego se turnaron para patearme hasta que casi no podía respirar.

Me enrollé sobre mí misma, intentando protegerme lo más que podía. Antes me defendía, pero eso solo empeoraba las cosas, así que aprendí a quedarme quieta y aguantar, haciendo lo posible por no llorar. Cuando todas se hartaron, Dafne me escupió y me dedicó una mirada llena de odio.

—¡Aléjate de Marcos, perra! ¿Crees que no noté lo que intentaste hacer hoy? Si vuelves a intentar seducirlo, te voy a cortar la puta lengua.

Se fueron, dejándome tirada en el suelo, aun sangrando y llena de moretones. Me tomé unos minutos para respirar, luego me levanté con cuidado. Cuando volví al comedor, noté que el hermoso suelo que había pulido ya estaba vuelto nada; había huellas por todo el lugar, parecía que alguien había botado la basura de la cocina justo en la mitad.

Suspiré, tratando de no dejar que la rabia que sentía me consumiera. Pero, al final, ¿qué ganaría? Nada, solo acabaría en prisión. Así que esa noche trabajé hasta tarde para arreglar el desastre y logré que el suelo brillara justo antes de que llegaran los invitados. No quedó tan bien como antes, pero al menos fue algo.

Estaba muerta de hambre, por lo que fui a la cocina a rebuscar entre las sobras, mi pago por tanto trabajo. Luego fui por el largo camino de regreso a mi pequeña cabaña, cerca de la frontera de otras manadas.

Estaba agotadísima y todos los huesos me dolían por la golpiza que me habían dado. Cualquier otro día, habría caminado despacito hasta mi casa. Pero esa noche, arrugué la frente e ignoré el dolor, tenía que regresar lo más rápido posible, porque aquella noche, alguien me estaba esperando para cuidarlo, y no podía fallarle.
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