Capítulo 2
Iris

Mi ansiedad iba en aumento con cada paso dado hacia mi casa. Tenía un invitado importante, bueno, al menos para mí, y lo peor era que él estaba herido. Cuando lo había dejado por la mañana, seguía inconsciente, por lo que me pasé todo el día preocupada por él. Realmente esperaba que se encontrara bien.

A decir verdad, no sabía su nombre ni de dónde venía, lo único que sabía era que me necesitaba urgentemente. El día de ayer estaba trabajando en los campos cuando de repente, apareció en nuestra manada, cubierto de sangre de pies a cabeza y lleno de heridas. Fue algo espantoso, pero antes de que pudiera gritar, él se derrumbó a mis pies.

Me avergüenza admitir que dudé en ayudarlo, me asustaba que fuese un rebelde. Porque acoger a uno de ellos sería castigado con la muerte, y no estaba segura de querer arriesgarme. Sin embargo, al detallarlo, me di cuenta de que llevaba ropa cara, y ni siquiera la sangre en su cara podía ocultar sus hermosas facciones. Además, olía increíble, como aire fresco de rosas, para nada como un rebelde.

En el fondo sabía que debía ayudarlo, que si no hacía nada se iba a morir, y no podría vivir con semejante karma si lo dejaba así. Por eso, con toda la fuerza que pude reunir, logré arrastrarlo hasta mi casa y acostarlo en mi cama. Le limpié y vendé las heridas, también lo cuidé durante toda la noche, limpiándolo con trapos fríos cada vez que le subía la fiebre.

Me dolió dejarlo por la mañana, pero si no iba a trabajar, Dafne habría mandado a alguien a buscarme. Si eso pasaba, de seguro nos habrían atrapado y ambos estaríamos muertos. Ahora, solo esperaba que hubiese sobrevivido.

Cuando por fin llegué a la casa con mi pequeña bolsa de comida, entré rápidamente, ansiosa por ver cómo estaba mi paciente. Él seguía en la cama, pero estaba sentado y su cara tenía un poco más de color, así que me alegré de que estuviera mejorando.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté, esperando a que me dijera que se sentía un poco mejor.

No me respondió, solo me miró fijamente de pies a cabeza, como si me estuviera viendo por primera vez. En ese momento, juro que vi que sus ojos grises se volvieron de color amarillo antes de que dejara escapar un gruñido.

—¿Quién te hizo semejante ultraje? —rugió.

—Estoy bien, en serio. —le quité importancia a su preocupación, estaba demasiado avergonzada como para contarle cómo me maltrataban en mi trabajo.

—¡No estás bien! ¡Respóndeme, carajo! —me gritó, apretando la mandíbula por la rabia que tenía.

—¿Y por qué te importa? —respondí, molesta—. Sigues demasiado herido como para ayudarme, de todos modos no hay nada que puedas hacer. Pero, si realmente quieres saber, te lo contaré cuando termine de cambiar tus vendajes. ¿Cómo… cómo estás?

Me miró unos segundos, obviamente no le gustó el trato. Pero, al final, asintió y respondió, —Sigo débil, pero vivo, gracias a ti. —me mostró una pequeña sonrisa, y sentí que me sonrojaba. —Aprecio el riesgo que corriste al traerme a tu casa. ¿Estás segura de que es seguro que esté aquí? Si quieres, puedo irme.

—Créeme, si no quieres que te encuentren, no hay un lugar más seguro para esconderte que aquí. Nadie viene a visitarme. —comenté, con un tono algo triste.

Pero si lo notó, no dijo nada, solo asintió y se quejó por el dolor que le causó el movimiento. Desde donde yo estaba parada, se notaba que algunos de sus vendajes necesitaban ser cambiados, porque la sangre ya traspasaba la tela de su ropa. Comencé a quitarle la ropa, pero su mano salió disparada, sujetando la mía con demasiada fuerza para alguien tan débil.

—¿Qué estás haciendo?

—Te estoy desvistiendo. —respondí, con naturalidad—. No puedes esperar que te cambie las vendas con la ropa puesta. Además, no es como si no te hubiera visto desnudo antes. ¿Cómo crees que te las puse anoche?

Él hizo un sonido que salió como un gruñido, pero soltó mi mano. Tomé eso como un permiso y lo ayudé a quitarse el resto de la ropa, excepto por los boxers. Me costó mucho no quedarme mirándolo; era evidente que ese hombre cuidaba su cuerpo, cada centímetro se veía tonificado, podía ver sus músculos bajo su piel bronceada. Solo algunas cicatrices estropeaban tal perfección.

—Eh... voy a ir por el botiquín. Ya vengo. —me levanté, obligándome a no mirarlo.

Corrí hacia al baño, con el corazón a mil. —¿Qué te pasa, Iris? ¡Qué importa que sea tan sexy! ¡El hombre está herido! —me regañé—. Además, no tienes una loba. ¡No te va ni a mirar cuando se recupere!

Cuando terminé de aceptar la realidad, tomé el botiquín y volví con él. Me puse a limpiar sus heridas y a volver a vendarlas. Él me observó todo el tiempo, sus intensos ojos grises se mantuvieron fijos en mí, y su mandíbula estaba apretada con fuerza, nunca cambió de expresión.

—Eres bastante buena en esto. —dijo, como una observación, no como un cumplido.

—He tenido mucha práctica —me encogí de hombros—. A veces me lastimo, y nadie está cerca para ayudarme con las heridas. —no quise mencionar que, aunque alguien estuviera cerca, tampoco me ayudarían.

—Ajá. —gruñó, y yo hice una mueca. Al menos podría haberme dado las gracias.

—Entonces, ¿te importaría contarme cómo fue que llegaste hasta la frontera de nuestra manada?

—Me atacaron unos rebeldes. Logré escapar y estaba buscando un lugar para esconderme — contestó con un tono serio—. Me iré tan pronto como me recupere. Sé que estás arriesgándote mucho al tenerme aquí.

—Algunas de estas heridas son graves. Tendrás que estar bajo vigilancia para evitar infecciones. Así que no creo que te vayas a ir a ningún lado pronto. —me miró por un momento, pero no discutió, como esperaba.

Por razones que no puedo explicar, la idea de que ese extraño se fuera me ponía triste. Tal vez fuese porque sentía una especie de alma gemela en él. Ni siquiera podía percibir su aura como la de otros lobos, seguramente porque su lobo estaba muy débil, o quizás fuese como yo, que no tenía uno.

Me perdí en mis pensamientos mientras trabajaba, pero en cuanto terminé de poner el último vendaje, lo miré y lo pillé observándome intensamente.

—¿Ya terminaste? —me preguntó.

—Así es, por ahora. —respondí.

—De acuerdo. Ahora, ¡dime quién te hizo esto! —exigió.
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