Iris
Aquel impudoroso frio del suelo de roca descendió a través de la delgada tela del vestido que yo llevaba puesto, más yo no podía dejar de estar trémula ante su sensación. Aquellas cadenas que Matilda insistió en usar son demasiado familiares, igual que las que Marcos me había puesto antes... mucho antes...
Cerré con fuerza mis ojos, tratando de bloquear tan cruentos recuerdos. Calabozo diferente. Manada diferente. Pero tristemente la misma lección: siempre seré algo que debe ser mantenido encerrado.
Pasos comenzaron de repente a resonar sobre el camino empedrado. Un monótono tic-tac de tacones, lujosos, sin prisa y confiados.
—¿Cómoda? —la voz de Matilda exudaba una preocupación hipócrita.— Yo lamento mucho la acomodación que te han dado, pero los ladrones no pueden elegir.
—Ambas sabemos que no robé nada —mi voz sonó más insignificante de lo que yo hubiese querido.
Ella entre tanto y bajo la tenue luz no dejaba de parar de mirarse las uñas perfectamente hechas.
—¿Lo dices en ser