—Nick, tienes que venir aquí ahora mismo. Deja que la policía se encargue.
Marck separa el teléfono de la oreja y oigo cómo mi marido chilla, enfadado. No entiendo lo que dice, pero sus gritos de frustración valen más que mil palabras. Mencionarle la intervención de la policía tampoco ha sido buena idea.
—¿Quién es ella? —repito con los dientes apretados mientras mi respiración empieza a acelerarse. Estoy ansiosa y asustada, aunque aún no sé por qué.
Marck suspira derrotado, pero sigue sin contestarme. En lugar de hacerlo, decide darme la espalda.
—Es demasiado tarde. Está aquí delante. Será mejor que vengas a casa.
Nick grita de nuevo y me parece oír también unos golpes, como los de un puño llamando a una puerta, una puerta azul desportillada. Empiezo a perder la paciencia. Mi falta de conocimientos sobre algo de lo que, intuyo, debería estar al tanto está haciendo que se me vuelva a calentar la sangre.
Entonces Marck me pasa el teléfono y yo me apresuro a quitárselo de las manos.
—¿