Me sonríe.
—¿En serio crees que haría algo que pudiera poneros a ti y a los pequeños en peligro? —dice, señalando mi barriga con la barbilla—. Voy a transferir a la cuenta de Dan el dinero justo para que pueda volver a Australia. Tengo los datos de una cuenta en un paraíso fiscal a la que transferiré los doscientos mil dólares. Nadie sabrá de dónde procede el dinero, nena. De lo contrario, no lo haría.
—¿En serio? —pregunto, buscando seguridad.
—En serio. —Levanta las cejas y se inclina para besarme la mejilla—. Siempre hay un modo de hacer las cosas, créeme. —Su confianza hace que me pregunte si ya ha hecho antes algo así. No me sorprendería lo más mínimo.
—De acuerdo —accedo, aceptando su beso antes de que despegue la cara de mí—. Gracias.
—No me des las gracias —me advierte muy en serio.
Miro al otro lado de la mesa a mi primo, que está claramente aliviado.
—¿Le has dado las gracias a mi marido? —pregunto, sintiéndome de repente algo resentida.
—Por supuesto —responde Dan, ofendido