—¿Adónde vas a llevarme a comer? —pregunto por encima del hombro mientras continúo andando. Pero no avanzo mucho. Me agarra de la muñeca y empiezo a tirar de un peso muerto.
—No te alejes de mí —dice prácticamente gruñendo, y hace que me gire para quedarme frente a él. Tiene el ceño fruncido, mientras que yo sonrío—. Y ya puedes ir borrando esa sonrisa de tu rostro. —Empieza a ajustarme los tirantes mascullando alguna palabra acerca de que soy una esposa insufrible que lo saca de sus casillas—. Mejor. ¿Y toda la ropa que te compré?
—En casa —respondo tajantemente.
Nada de aquello me valía para ir de vacaciones a un sitio soleado. No me dio tiempo de salir a comprar ropa para ir de vacaciones, así que me he arreglado con lo que tengo desde hace años. Es de cuando tenía veinte, y no para de quejarse de que las prendas lo reflejan.
Inspira hondo para armarse de paciencia.
—¿Por qué te empeñas en ser tan imposible?
—Porque soy consciente de que te saca de tus casillas. —Estoy rozando sus