Asiente suavemente.
—¿Y si te tumbara sobre esta mesa mientras cenamos y te follara? ¿Eso sería normal?
Abro los ojos como platos, un poco sorprendida. No sé por qué, puesto que eso sería algo completamente normal para nosotros.
—Para nosotros es normal que consigas lo que quieras cuando quieras. Puedes pasar de una comida que te ha cocinado tu mujer si te apetece.
—Bien. —Vuelve a tomar los cubiertos—. Me gusta nuestra normalidad.
Lo miro con cara de extrañada. ¿A qué ha venido eso?
—¿Te preocupa algo? —pregunto.
—No —se apresura a responder.
—Eso es que sí —insisto, y creo que sé lo que es—. ¿De repente te estás planteando que no podrás hacer lo que quieras cuando quieras cuando lleguen los dos pequeños?
—Para nada.
—Mírame —le ordeno, y lo hace, pero me mira perplejo. No le doy la oportunidad de protestar ni de preguntarme con quién creo que estoy hablando—. Es eso, ¿no?
Su expresión de asombro se transforma en ira.
—Donde quiera y cuando quiera.
—No con dos bebés. —Me dan ganas de