No se me ocurre nada que decir, sólo puedo pensar en lo que está por venir.
Y puede que una pequeña parte de mí se pregunte si ha amordazado a alguien antes. Seguramente sí. Las probabilidades son elevadas. La idea no me hace gracia, pero mi estado de sumisión evita que siga con ese hilo de pensamiento (eso, y la lengua caliente que asciende por la parte interior de mi pierna).
No quiero gritar, pero muerdo el pañuelo de todos modos, cierro los ojos y siento cómo mi corazón late a un ritmo constante en mi pecho. Estoy sorprendentemente relajada.
Nick respira de manera agitada en mi oído mientras entrelaza los dedos con los míos, me levanta las manos y me las pega contra la pared que tengo detrás mientras me besa la piel sensible de la parte interior del brazo, dolorosamente despacio. Se está tomando su tiempo. Empiezo a temer que sólo vaya a gritar de impaciencia.
—Creo que vamos a hacer esto tumbados —dice. Su tono de voz seguro me hace rogar por el control mientras baja nuestras man