Sé que es él, pero eso no hace que deje de dar un giro a la derecha, luego otro, y luego otro más, para volver al punto de partida. Como era de esperar, el DBS me pisa los talones un par de coches atrás. Lo voy a marear, pero bien. Tanteo el asiento de al lado en busca del teléfono y pulso los botones.
—¿Sí? —contesta, borde y cortante. No es su tono cariñoso habitual. Estoy atónita.
—¿Te gusta conducir? —pregunto.
—¿Qué?
—¿Que si te gusta conducir? —repito, esta vez apretando los dientes.
—Addison, ¿de qué cojones me estás hablando? Y cuando mande a Mark a recogerte, haz el favor de meterte en el coche.
Ignoro la última frase y miro atrás por el retrovisor, solo para comprobar que no estoy soñando.
Es real.
—De que me estás siguiendo.
—¡¿Qué?! —grita con impaciencia—. Addison, no tengo tiempo para adivinanzas.
—No es una adivinanza, Nick. ¿Por qué me estás siguiendo?
—No te estoy siguiendo, Addison.
Miro atrás de nuevo.
—Entonces es que hay cientos de Aston Martin circulando por la c