—¿Cenamos?
Se pone de pie.
Lo miro sin fiarme un pelo y enciendo la pantalla. Tal y como imaginaba: cosas de bebés por todas partes. Tiene abiertas varias pestañas y está consultando los catálogos de todas las marcas imaginables. Incluso hay una de pañales ecológicos. Me giro con una ceja levantada, pero no puedo enfadarme con él, y menos aún cuando se encoge de hombros, avergonzado, y empieza a morderse el labio inferior.
—Sólo estaba investigando un poco —dice. Agacha la cabeza y araña la moqueta con los zapatos.
Me derrito. Quiero darle un abrazo. Y eso hago. Lo abrazo a él y abrazo su entusiasmo... con ganas.
—Sé que estás muy emocionado, pero ¿podríamos esperar un poco más para contarlo?
—Quiero gritarlo a los cuatro vientos —protesta—. Quiero contárselo a todo el mundo.
No parece el mismo hombre. ¿Qué ha sido del capullo arrogante y orgulloso al que conocí en este mismo despacho?
—Ya lo sé, pero sólo estoy embarazada de unas pocas semanas. Trae mala suerte. Las mujeres suelen es