—Sí —se ríe—. Lo he estado posponiendo. Quería disculparme.
—Ah —digo. Mi cerebro se niega a cooperar.
Parece que lo dice de corazón, pero si yo fuera hombre y Nick quisiera matarme, me arrastraría y pediría clemencia. No cabe duda de que eso es lo que ha hecho; de lo contrario, no estaríamos hablando. Puede que hayan pasado varias semanas, pero sé que mi hombre tenía la espinita clavada.
—También me gustaría pedirte disculpas a ti —empieza a tartamudear—. Lo... siii... sieeen...
Niego con la cabeza. Ahora soy yo la que se siente avergonzada. Yo le pedí que me azotara. Soy yo la que debería sentir remordimientos por haberlo puesto en el ojo del huracán.
—Steve, no debería habértelo pedido. Estuvo mal por mi parte.
—No —sonríe, esta vez con dulzura—. Hace tiempo que camino por una línea muy fina. Me he dejado llevar, he perdido el respeto por las mujeres que confiaban en mí. En realidad, me has hecho un favor, aunque desearía no haberte hecho daño.
Yo también le sonrío.
—Acepto tus dis