Intento decirle con un gesto de la mano que no pasa nada, asegurarle que me encuentro bien, pero rápidamente tengo que volver a aferrarme a la taza del váter para seguir vomitando y ahogándome entre arcadas.
—Por Dios, nena. —Parece preocupado, mi tonto neurótico. Sólo estoy indispuesta.
Noto que se acerca por detrás y me sujeta los rizos mientras me acaricia la espalda. No puedo controlarlo. Me han envenenado. Seguro que me han envenenado.
—Estoy bien —digo, me enjugo la cara y me froto las mejillas con las manos cuando estoy convencida de que ya no tengo nada más que vomitar.
—Salta a la vista —farfulla él, cortante—. Deja que te vea.
Me giro con un suspiro y lo veo sentado en el suelo detrás de mí.
—¿Todavía quieres follarme? —pregunto tratando de aliviar su preocupación. No voy a volver a intentar hacerle entender que no me va a pasar nada nunca más. Siempre fracaso estrepitosamente. Pone los ojos en blanco.
—Por favor, Addison.
—Perdona.
—Señorita, te juro que vas a