Lo está intentando con todas sus fuerzas... Y está fracasando miserablemente.
Le tomo la mano y observa con atención cómo la levanto y dejo expuestas las esposas que le cuelgan de la muñeca. Procuro interpretar su reacción y su mirada me dice que lo ha entendido. Tensa el brazo, tiro de él, pero no me deja llevarlo a donde quiero. Es la prueba de fuego. Sé cómo se siente cuando no puede tocarme, pero es un miedo irracional y sin sentido y tenemos que superarlo. Vuelvo a tirar, esta vez levanto un poco las cejas. Parece reticente, sin embargo, me deja que lleve su mano a la cabecera.
—Esta vez no vas a ninguna parte —jadea—. Prométeme que esta vez no te irás.
—Si tú me prometes no enfadarte. —Cierro las esposas alrededor de uno de los barrotes de madera—. No te enfades conmigo.
Niega con la cabeza y respira hondo. Sé lo duro que es esto para él.
—Bésame —me ordena.
—La que manda soy yo —le recuerdo.
—Nena, no me lo pongas aún más difícil.
Me toma del brazo con la mano