Cada vez alucino más.
—Me estás tocando, está claro que mandas tú.
Intento que me suelte la mano, pero el ruido metálico me indica que ya me ha colocado la manilla. Está la mar de sonriente.
—Perdona. —Mueve nuestras muñecas para que la cadena de las esposas gire a tintinear—. ¿Quién manda aquí? Lo miro, furiosa.
—Tú mandas... Por hoy.
Me arreglo el pelo y coloco el diamante en su sitio.
—Estás siendo de lo más razonable —comenta con tranquilidad antes de tomar mi boca. Me agarro a su hombro y saboreo su atenta lengua y el calor de su mano en mi nuca—. Mmm... Sabes a gloria. ¿Lista, señora White?
Doy un respingo para volver al mundo de los vivos.
—Sí. —Estoy jadeante y caliente.
Lleva los ojos a mi vientre y acerca un poco la mano. Lo hace a menudo, lo que me confirma lo que ya sé, pero que me hace sentir muy incómoda. Es mi mayor preocupación: no quiero un bebé. Hago una mueca cuando su mano me toca y se detiene con los dedos levemente apoyados en mi barriga. No sé