Me levanta de nuevo en el aire y me lleva hasta el cuarto de baño.
—¿Qué haces? También querrán entrar aquí.
No puede decirlo en serio.
—Cerraré con seguro Nada de gritar. —Me mira con una leve sonrisa malévola. Estoy atónita, pero me echo a reír.
—No tienes vergüenza.
—No. Me duele el pene desde el viernes pasado, y ahora que te tengo entre mis brazos y que has entrado en razón, no pienso moverme de aquí, y tú tampoco.
Cierra la puerta tras él de una patada, me coloca sobre el mármol que hay entre las dos pilas del lavabo y se gira para cerrar el pestillo. Todavía tengo el vestido arremangado alrededor de la cintura y las piernas y las bragas totalmente al descubierto.
Observo aquel inmenso cuarto tan familiar y me detengo en la enorme bañera de mármol de color crema que domina el centro de la habitación.
Mientras se acerca a mí, empieza a desabrocharse la camisa. Contemplo cómo se aproxima, con la boca relajada y los ojos entornados. Al pensar en lo que está a p