—Vale. Si no hay gente, no hará falta que te portes como un loco con todo el mundo.
Su boca forma una media sonrisa y sus ojos brillan ligeramente. Me besa en los labios y rodamos por el suelo. Estoy sobre sus caderas y noto la prueba de su cambio de humor entre nuestros cuerpos. Como siempre, me despierta la necesidad incontrolable de quererlo dentro de mí. Los pezones se me ponen duros; se da cuenta y me lanza su clásica sonrisa arrebatadora, la que se reserva para las mujeres. Quiero que la reserve sólo para mí. Siento una punzada de posesividad irracional.
—Te quiero —suspira.
—Lo sé. —Le acaricio el pecho y le pellizco un pezón—. Yo también te quiero.
—¿Incluso después de lo de hoy?
Ay, Dios. ¿Está admitiendo que se ha portado fatal? Esto es hacer progresos.
—¿Te refieres a después de que me hayas estado acosando todo el día?
Hace un mohín juguetón y se lleva las manos detrás de la cabeza. Se me hace la boca agua cuando sus músculos se relajan y se flexionan.
—Est