Son las diez en punto. Llevo un par de horas en la editorial y he adelantado un montón de trabajo.
Doy vueltas en mi silla. Casi me da un ataque cuando veo a mi dios arrogante, que me observa con las cejas arqueadas y maliciosas. Su bello rostro luce su clásica sonrisa arrebatadora. Me pongo en alerta máxima al instante.
«¡No, no, no!»
Está para comérselo. Lleva un traje gris y una camisa azul claro, con el cuello desabrochado y sin corbata. Se ha afeitado la barba de dos días y se ha peinado. Me alegra la vista pero mi mente es un revoltijo de incertidumbres.
—Me alegro mucho de verte, Addison —dice con calma; se acerca y me tiende la mano. Las mangas de su chaqueta se quedan atrás y revelan su Rolex de oro.
«¡Mierda!»
Me quedo helada cuando veo una colección de marcas rojas alrededor de su muñeca que la cadena de oro de su reloj no logra ocultar. Y es su mano herida. Obligo a mi mirada aterrorizada a dirigirse a su cara y él me comprende y asiente. Me doy de patadas mental