¿Qué? Acepto el polvo pero no voy a correr a ninguna parte, excepto para salir de su ático. Ayer ya me hizo correr dieciséis kilómetros. Ésa será su forma de recuperar el control: obligarme a hacer algo que no quiero hacer de ninguna manera, y la verdad es que paso de correr veintidós kilómetros.
—No quiero salir a correr —digo con toda la calma de que soy capaz—. Y no puedes obligarme. Arquea las cejas.
—Addison, necesitas que te recuerde quién manda en esta relación.
Me aparto, asqueada, y miro de reojo sus muñecas esposadas antes de volver a dirigirme a él.
—Perdona, ¿quién dices que manda aquí? —Me sale con un tono de burla que de verdad no sentía. Estoy jugando con fuego, pero es este último comentario el que me pone en serio peligro.
El sarcasmo sólo sirve para que se enfurezca todavía más, si es que eso es posible.
—¡Addison, te lo advierto!
—No me puedo creer que te lo estés tomando tan a la tremenda. ¡En cambio, no pusiste pegas cuando me esposaste a mí!