Todavía estoy palpitando y sumida en mi orgasmo cuando, apenas consciente, noto que me mecen con suavidad. El leve movimiento exprime hasta la última gota que tiene para mí.
Aparto la cara de su hombro y lo beso en la marca que han dejado mis dientes.
—Es usted una salvaje, señorita.
Gira la cabeza para mirarse el hombro y luego me mira a mí.
Toma posesión de mi boca, me da un beso profundo y yo lo aprieto con fuerza entre mis brazos, unida a él en la pasión del momento. Podría quedarme así para siempre, encajada con él.
—Voy a llevarte a la cama y voy a dormir toda la noche dentro de ti. —Empieza a levantarse despacio, sin soltarme—. Ahora bésame —me ordena antes de echar a andar para salir del gimnasio conmigo agarrada a su cintura.
Le paso las manos por el pelo y le doy un tirón para acercar la boca a la suya.
—Una salvaje —dice contra mis labios.
Sonrío y abro los ojos en el momento en que comienza a subir la escalera. Me mira cuando nuestras lenguas se entrelazan y