Se aparta, deshace nuestro beso y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre, Addison? —me pregunta con cariño y la voz llena de preocupación.
—Nada —respondo demasiado de prisa. Maldigo mentalmente a mi dichosa mano por ponerse tensa en su nuca. Busca en mis ojos y dejo escapar un suspiro—. ¿Qué es esto? —le pregunto. Sigue moviéndose lentamente dentro de mí.
—¿Qué es qué? —Su tono denota confusión. Estoy enfadada conmigo misma por haber abierto la bocaza.
—Me refiero a ti y a mí. —De repente, me siento idiota y quiero esconderme bajo las sábanas.
Su mirada se torna más dulce y mueve las caderas despacio.
—Somos sólo tú y yo —dice tan tranquilo, como si fuera algo muy sencillo. Me besa con suavidad y me suelta la pierna—. ¿Estás bien?
«No, estoy hecha una mierda».
—Sí —contesto con un tono más cortante del que pretendía. ¿Es tan insensible este hombre que no ve a una mujer enamorada ni cuando la tiene debajo? Tú y yo, yo y tú, eso está más claro que el agua. No