—¡Jesús! —Se desploma en el suelo y se tumba de espaldas para que pueda echarme sobre él, yo con la espalda apoyada en su pecho y él con los brazos en cruz.
Me hace ascender y descender al respirar.
Tengo la mente nublada, hecha un revoltijo, y mi pobre cuerpo se pregunta qué coño acaba de pasar. Ha sido el polvo de hacerme entrar en razón por antonomasia. Pero ¿con qué propósito?
—Estoy jo... —me callo antes de ganarme otra reprimenda, pero aun así me hunde los dedos en el hueco de las cosquillas.
—¡Eh! —protesto. He suprimido el impulso. Vamos mejorando. Me envuelve entre sus brazos e inhala en mi cuello.
—No lo has dicho.
—¿El qué? ¿Que no voy a dejarte? No voy a dejarte. ¿Contento? —Sí, pero no me refería a eso.
—¿Y a qué te referías?
Resopla con fuerza en mi oreja.
—No importa. ¿Quieres repetir?
Se me entrecorta la respiración. Está de broma, ¿no? Sé que no voy a ser capaz de decir que no, para empezar porque él no va a dejarme, pero ¿va en serio? Noto la leve s