—¡Dios, Dios, Dios! —Me cubro la cara con las palmas de las manos y me clavo los dientes en ellas cuando me mete la lengua, la saca y traza lentamente mi circunferencia con ella antes de volver a meterla. Creo que voy a desmayarme.
Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más fricción. Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que me arquee debajo de él. ¿Por qué iba a salir huyendo de él? De todas las estupideces que podría hacer, huir de este hombre se llevaría la medalla de oro.
Levanta la boca y envía una corriente de aire fresco por mi piel antes de volver a su inexorable patrón de tortuoso placer. Cuando comienzo a mover la cabeza de un lado a otro e intento tomarlo del pelo, aumenta la presión y exploto a su alrededor, levantando las caderas en un acto reflejo y exhalando un grito desesperado. Cierra la boca sobre mi sexo y succiona literalmente cada pulsación que sale de mí. Tiemblo como una hoja y arqueo la espalda todo lo que d