Suspiro feliz y lo dejo morderme y lamerme a gusto.
—No te duches —me ordena entre lametones.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo de todas formas, no tengo tiempo.
Se aparta, me da la vuelta, me agarra de las muñecas y las aplasta una a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo repeinado de esta mañana ahora es un caos, pero no lo afea ni una pizca.
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas. —Deja caer los labios sobre los míos.
Ah, se trataba de pasarme por encima. Yo tenía razón. Debería haberlo sabido. Es un loco.
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la lengua, gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo completamente distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
—¿Los hombres se sienten atraídos por las mujeres que acaban de follar? —pregunto con sus labios entre los míos.
—Esa boca. —Se aparta y me mira con desaprobación—. Has bebido. «¡Mierda!»
—No. —Mi tono es de culpabilidad.
Me mira