Salgo a la calle y me dirijo hacia la editorial. Sólo he estado fuera cuarenta minutos, pero no voy a pasar el resto de mi hora de la comida discutiendo sobre las muestras de afecto en público y mi ropa. El día había empezado tan bien... Claro, porque le decía a todo que sí.
Noto su aliento tibio en la nuca.
—¡Cero!
Doy un grito cuando me empuja hacia un callejón y me lanza contra la pared. Me aplasta los labios con los suyos, mueve las caderas con furia contra mi abdomen; su rabiosa erección es evidente bajo la bragueta de botones de sus vaqueros.
¿Le excita enojarse por un vestido? Supongo que es preferible a que me torture. Intento resistirme a la invasión de su lengua... un poco. Esto no está bien. Al instante me consume y necesito tenerlo dentro de mí. Le rodeo el cuello con los brazos y lo acepto con todo mi ser, absorbo su intrusión y salgo al encuentro de su lengua, caricia a caricia.
—No voy a permitir que te pongas ese vestido —gime en mi boca.
—No puedes decirme