—Ya está. ¿Qué es qué?
Me pasa la lengua por la sien y me suelta en el oído su aliento suave y tibio. Me tenso cuando me toma el sexo con la mano y los escalofríos de placer me recorren en todas direcciones.
—¡No! —Lo aparto de mí de un empujón—. ¡No vas a manipularme con tus deliciosas habilidades divinas!
Sonríe. Es su sonrisa arrebatadora.
—¿Crees que soy un dios?
Resoplo y vuelvo a mirar al espejo. Si su arrogancia sigue aumentando a este ritmo, voy a tener que saltar por la ventana del cuarto de baño para no morir aplastada.
Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí. Apoya la barbilla en mi hombro y estudia mi reflejo en el espejo. Presiona su erección contra mis muslos y mueve las caderas en círculo. Tengo que agarrarme al lavabo con las manos.
—No me importa ser tu dios —susurra con voz ronca.
—¿Por qué están mis cosas aquí? —pregunto a su reflejo. Obligo a mi cuerpo a comportarse y a no caer en la tentación de su encantadora divinidad.
—Las he recogi