Yacemos en silencio y completamente sumidos el uno en el otro durante mucho tiempo, pero de pronto noto que su cuerpo tiembla y me saca de mi ensimismamiento (estaba pensando en lo que nos deparará el futuro).
Su cuerpo tembloroso me recuerda el desafío más difícil de todos.
—¿Estás bien? —pregunto, nerviosa. ¿Qué debo hacer?
Me abraza con fuerza.
—Sí. ¿Qué hora es?
Buena pregunta. ¿Qué hora será? Me revuelvo debajo de Nick y él gime contra mi cuello.
—Iré a ver.
—No. Estoy muy a gusto —se queja—. Y tampoco es tan tarde.
—Tardo dos segundos.
Gruñe y se levanta ligeramente para que yo pueda escabullirme y luego separa el cuerpo del mío y se tumba boca arriba sobre el colchón. Salto de la cama y tomo mi móvil. Son las nueve en punto. Tengo doce llamadas perdidas de Nick.
¿Eh? Vuelvo al dormitorio y veo que está sentado en la cama, apoyado en la cabecera, en cueros y sin ningún pudor. Me miro. Yo también estoy desnuda.
—Tengo doce llamadas perdidas tuyas —digo, confusa