Me derrito. La consistencia de sus embestidas, profundas y controladas, hace que tiemble y me tense, y mi sexo se convulsiona y se aferra a su miembro con cada penetración. El velo de sudor en su frente se hace más denso por la concentración, y me indica que él también está al borde del precipicio. Levanto un poco las caderas en una entrada y gimo cuando me llena a más no poder. La sensación de su tempo, rítmico y meticuloso, hace que quiera cerrar los ojos con fuerza, pero no puedo apartarlos de los suyos.
—Juntos —dice. Su aliento cálido me cubre la cara.
—Sí —jadeo, y noto cómo se expande y palpita preparando su descarga.
—Cielos, Addison. —Una bocanada de aire escapa de entre sus labios y su cuerpo se tensa, pero no aparta los ojos de los míos.
Mi espalda se arquea en un acto reflejo cuando la espiral de placer llega al clímax y me envía temblando a un huracán de sensaciones incontrolables. Grito de desesperación y de placer, con el cuerpo tembloroso entre sus bra