—Despierta, señorita.
Cuando abro los ojos, tiene la nariz pegada a la mía.
Doy a mi cerebro unos momentos para ponerse en marcha y a mis ojos tiempo para adaptarse a la luz del día. Cuando al fin veo algo, resulta que distingo un brillo de alegría en sus ojos oscuros. Yo, por mi parte, quiero seguir durmiendo. Es sábado y ni siquiera mi necesidad de arrancarle la piel a tiras va a hacer que me mueva de esta cama en un buen rato.
Lo aparto y le doy la espalda.
—No te hablo —murmuro, y me acurruco otra vez en mi almohada. Me da una palmada en el culo y a continuación me coloca panza arriba y me sujeta por las muñecas—. ¡Me ha dolido! —le grito.
Las comisuras de sus labios se curvan, pero no estoy de humor para el Nick arrebatador esta mañana. ¿Por qué está tan contento? Ah, sí. Claro que sé por qué. Ha hecho pedazos el vestido tabú y me tiene para él antes de las ocho de la mañana.
Estoy envuelta en él de pies a cabeza y me mira. ¡Debería levantar la rodilla y darle d