Después de hacerlo unas tres veces más, Arya y yo caímos en un sueño profundo en la madrugada. Era jodidamente un éxtasis hacerlo con ella. Otro mundo y ella era una diosa. Me gustaba dominarla en la cama porque se derretía en mis brazos. Me sentía el tipo más afortunado del mundo. Tuve la dicha de que me permitiera estar con ella y sería su último hombre.
Le gustará o no.
Suspiro al sentir el lado de la cama vacío. Abro los ojos y me siento frotándome los ojos. Miro alrededor de la habitación y no hay rastros de Arya. Me levanto de la cama, tomo mis bóxer y salgo en busca de ella. El reloj del pasillo marcaba las siete de la mañana.
¿Será qué me drogó y por eso no supe cuando se levantó? Porque no tengo el sueño ligero y...
—¿Qué pasó? —pregunto, al verla sentada en el mueble con Giotto. Alza su vista y sonríe.
—Gio no quería estar en la casa con Lau —acaricia el rostro del pequeño—. Hace una hora que está aquí. Me dió vergüenza despertarte. Parecías tan agotado que no quise aviarte.