Solo creo en mí y en mi perfecto pulso. Para mí, que todo lo puedo crear y a la vez destruir, con eso me basta para decir que soy un hombre de fe. Pero hay algo que me descoloca la mayor parte del tiempo y es de origen italiano. El camino de regreso a casa fue normal. No hubo silencios incómodos o simplemente, silencios. Arya parecía estar lista para irse a dormir y por lo visto se le había olvidado mi decreto esa noche.
Soy centrado y serio cuando tengo fija una meta, pero con Arya... las cosas con ellas nunca van de acuerdo a lo que yo quiero. Destruirla sería una opción, porque me causa curiosidad. Si le quito todo lo que tiene, probablemente, solo sea un saco de huesos y pierda el interés.
Arya entró al departamento y me agradeció por traerla a casa. No soy noble y mucho menos un caballero. Quiero hundirme en ella hasta lo más profundo de su ser. Quiero descolocarla de la misma manera que ella lo hace conmigo.
―No deberías verme de esa manera ―se queja, acarició su brazo, sintien