El reloj de mi escritorio marcaba las tres de la madrugada. No dormía, pero no lo necesitaba. Estaba revisando el metraje de la noche. Mi equipo de seguridad, aunque invisible para Dalton y Daisy, había instalado cámaras discretas que se enfocaban en la entrada de la casa, grabando la llegada y la partida de la Lombardi. Quise instalar en la habitación de Dalton para revisarlo todo, pero Avery me dijo que estaba abusando de la confianza de mi hijo.
Rebobiné hasta el momento de la despedida. Observé a Dalton y a la chica en el umbral. Dalton, con esa ridícula camisa de terciopelo. Daisy, en vaqueros rotos y un suéter de lana. Estaba vestida para un café, no para una cena. Era una chica desafiante.
Y luego, el momento del beso. La anticipación en el cuerpo rígido de mi hijo, la pausa de ella y el movimiento, iniciado por ella con sus manos en su cuello. Un beso fugaz, pero decisivo que lo cambió todo.
—El contacto físico fue iniciado por ella —murmuré para mí, confirmando el éxito del i