El plan de mi padre para la segunda cita había sido desmantelado y reemplazado por la estrategia de mi madre. Un viaje a Mikonos versus mi habitación. La lógica de Avery era simple: si Daisy me había elegido por ser el chico que se escondía, la mejor estrategia era mostrarle mi escondite. La lógica de mi padre, sin embargo, había dejado un rastro de terror logístico.
—La habitación debe ser quirúrgicamente limpia, Dalton —me había dicho Darak esa mañana—, pero no estéril. Debe lucir como el santuario de un intelectual, no como una escena del crimen.
Pasé la mañana en una preparación obsesiva. Retiré la alfombra de piel sintética que mi padre me había obligado a poner. «Añade testosterona» había dicho, y la reemplacé con mi vieja alfombra geométrica. Limpié el polvo de los tomos de física que ocupaban la estantería central, asegurándome de que el primer ejemplar de Cosmos estuviera al frente. Reorganicé mis figuras de colección de Star Wars para que parecieran una formación militar.
La