Desperté en la UCI con la cabeza embotada, y sintiendo un dolor sordo y constante en mi pecho. Era como un vacío lacerante que me recordaba la pérdida de mi padre. El doctor Andrews me había permitido salir del estado de sedación por unas horas para estar más lucida. La luz tenue de la unidad de cuidados intensivos me parecía ajena y fría. A mi lado no estaba Dalton, sino Avery Savage, sentada con su impecable elegancia, aunque sus ojos revelaban un cansancio profundo, teñido de una tristeza antigua.
Avery suspiró cuando me vio despertar y apenas me sonrió.
—Hola, querida —dijo Avery, y su voz era inusualmente suave, desprovista de su habitual filo—. Espero que te sientas mejor.
No, no me sentía mejor.
—Hola, Avery, gracias por estar aquí —respondí y mi voz era un susurro seco y neutral. Preferí no responder como estaba porque no quería romperme en llanto—. ¿Dónde está Dalton?
—Está atendiendo asuntos urgentes. Volverá pronto —respondió. Él está bien a pesar de su herida. Le duele, pe