Extra | 65

El dolor era una llama viva en mi costado.

El cirujano había hecho un trabajo rápido, limpiando y suturando la herida de bala, pero la sedación no podía competir con la adrenalina ni con la ansiedad que me devoraba. Desperté en una habitación aséptica de la clínica privada, y mi cuerpo una prisión de vendas y sueros. Sobre mi mesita de noche, alguien había dejado una pequeña estrella de llavero plateada que Daisy me había regalado. La tomé, el metal frío en mi mano, y arrugué el entrecejo.

¿Quién pudo haberlo dejado? ¿Cómo acabé en el hospital? Lo último que recordaba era que iba en camino al avión. ¿Me dormí? Había una laguna inmensa en mi cabeza, pero la despejaron.

La puerta se abrió, y Avery Savage entró. Vestía de forma impecable, pero la rigidez en su postura delataba la tensión y el enojo por lo que había hecho. Ya no era el niño de catorce que ayudó, pero aun mamá era mi ángel guardián en la oscuridad.

—Veo que has sobrevivido a tu pequeña aventura de justiciero —dijo Avery si
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