Extra | 4

El corazón no era un músculo; era un tambor o un instrumento de tortura que tocaba a un ritmo caprichoso, y el mío comenzó a tocar una balada frenética el día que vi por primera vez a Daisy Lombardi fuera del colegio al que ambos íbamos, pero como se comportó la segunda vez que la vi, sería algo que nunca olvidaría.

Fue en una fiesta estúpida de un club de yates casi dos años atrás. Yo estaba, como siempre, en un rincón, intentando fundirme con la pared mientras mis padres socializaban, y entonces la vi. Llevaba un vestido blanco y se reía de algo que le decía una amiga, inclinando la cabeza hacia un lado. Su cabello oscuro, sus ojos brillantes, esa sonrisa que sonaba como el tintineo de un hada. Mi visión se centró en ella con una claridad dolorosa.

En ese instante entendí lo que los poetas querían decir con que el tiempo se detenía al ver el amor. El tiempo para mí se detuvo, pero mi corazón se aceleró a trescientas pulsaciones por minuto.

Ese fue el primer momento, y a partir de ah
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