El salón de conferencias en las oficinas de Miller & Cía. era la antítesis de la justicia pasional. Era una caja de cristal y acero, fría, con una mesa de ébano tan larga que parecía diseñada para mantener a las familias Savage y Lombardi en diferentes zonas horarias. El silencio era denso, cargado del peso de siete años de guerra y traición, pero sobre todo de una fría traición.
Llegué primero, con mi madre. Mi padre aún estaba delicado por su herida, por lo que nos tocó sacar el pecho por él, y hacernos cargo del apellido en su nombre. Nos ubicamos en nuestro extremo de la mesa. Yo me senté junto a Avery, con una carpeta llena de transcripciones legales y mi armadura de físico, y en el otro extremo se sentían los Lombardi cuando llegasen. Mi mente era un cálculo de probabilidades, ignorando la variable emocional.
De pronto, la puerta se abrió.
Entró ella.
Daisy Lombardi.
La vi primero de reojo, el movimiento de la tela de su traje azul medianoche cortando el aire. El doctor Rossi la