El aire en el callejón era frío, con el olor metálico de la humedad y la basura industrial que nos rodeaba por todas partes. Daisy estaba desplomada contra la pared de ladrillos ásperos, y su suéter grueso y los vaqueros rasgados ya no ofrecían consuelo. La chaqueta que le di, demasiado grande para ella, la cubría de forma inadecuada y estaba sucia, igual o más que yo. Estábamos agotados, perdidos y hambrientos. Sentía el agotamiento, pero la adrenalina había encendido un panel de control dentro de mi cabeza.
—Estamos en el área de las bodegas, cerca de la autopista I-95 —jadeé, intentando recuperar el aliento.
Mi mente ignoraba el dolor de mis músculos y solo veía coordenadas, rutas de escape y probabilidades de captura. El simple hecho de que Daisy estuviera allí, temblando, pero valiente, activaba mi necesidad primordial de protegerla. «No puedo permitir que Lombardi la toque. No puedo fallarle.» Huimos por eso, para salvarla de ese internado y para que vieran que queríamos estar j