El corazón me latía con una furia tan inusual que amenazaba con reventar mi corsé. Darak estaba allí, sentado en la oscuridad del club, esperándome igual que una pantera en la oscuridad. Mi mente era un campo de batalla: una parte gritaba que era un monstruo que debía morir, la otra gemía de emoción al verlo vivo. Respiraba, y lo hacía por mi clemencia, una clemencia que él jamás tuvo. Los recuerdos de las pastillas y las paredes blancas intentaban abolir el fuego de mis muslos, pero el deseo siempre ganaba.
Me moví hacia el tubo, mis extremidades respondiendo a una coreografía que no planifiqué. Me moví incitándolo, sabiendo que él me observaba, que me devoraba con la misma mirada que usaba para sellar un trato. Esa vez, cada giro, cada curva, era una bofetada a su control. Lo estaba excitando tanto como él me estaba excitando a mí. Sentía como mi ropa se pegaba a mi cuerpo sudoroso y como él no perdía de vista mis movimientos. Estaba en mi mano.
Cuando la música terminó, las luces s