El olor a pólvora y cobre llenaba el despacho. Avery me había disparado casi a quemarropa y nunca me sentí tan vivo como en ese momento, con una pinza dentro de la carne buscando la bala.
Marcus, con la calma de un cirujano de campo, había improvisado una operación de urgencia. La bala, por suerte, solo había atravesado la masa muscular de mi hombro, un error de principiante. No estaba ni cerca de tocarme el corazón, y por la prisa con la que escapó tampoco reparó en rematarme.
—¿Contratacará, señor? —preguntó Marcus, la pinza quirúrgica brillando bajo la luz—. Lo que le hizo es imperdonable.
Me bebí el vaso de whisky de un trago, sintiendo el ardor del alcohol contra el dolor sordo de la herida. No era la primera vez que alguien que me odiaba me disparaba, pero si era la primera vez que una mujer que me amase lo hiciera. No solo fui las primeras veces de Avery, sino que ella también era parte de mis primeras veces. Fui la primera persona que no acabé por completo. La primera que ence