El dolor era un eco de mi pasado, pero la adrenalina me mantenía viva. Estaba a kilómetros de la mansión de Darak, y me sentí, por primera vez, libre y sola, y necesitaba un plan. Había robado, lo que no era del todo un pecado, pero de que me iría al infierno, me iría.
Recordé las palabras de mi padre. Una noche, un año antes de su muerte, me hizo memorizar una lista de nombres. “Si algo me pasa, hija, si algún día no estoy, tienes que buscar a uno de estos hombres. Son los únicos en quienes puedes confiar.” Me dijo. Mi padre, el hombre que me mintió, me vendió y me traicionó, fue el mismo que me dio la única herramienta para vengarme. ¿Debía confiar en él?
El primer nombre en esa lista era el de Richard Stone, un general del ejército, un amigo de mi padre. El hombre, según mi padre, era un hombre de honor, un hombre que jamás traicionaría a un amigo, ni a mí. No tenía un número, una dirección, nada, pero podía solicitar el número a la operadora, y eso hice. Llamé desde un teléfono pú