El reloj marcaba las dos de la mañana cuando Marcus entró en mi oficina. El sonido de sus botas sobre la alfombra fue la única interrupción en el silencio que me rodeaba. No levanté la vista de la pantalla, un mapa de la ciudad que brillaba con pequeños puntos rojos, marcando la ubicación de cada uno de mis hombres. Mi reino era mi obsesión, y mi venganza mi única razón de ser.
Marcus se detuvo a mi lado, sus manos entrelazadas detrás de la espalda. Podía sentir su nerviosismo y el miedo que emanaba de su cuerpo. Disfrutaba el temor que infundía. Cuando mis víctimas o mis enemigos temblaban bajo mi bota, era cuando más sentía el poder que tanto me costó tener. La reputación que me precedía no era de cualquier índole. Era un Segador, alguien que mataba por placer; alguien que disfrutaba segar la vida de sus enemigos.
—Señor, tengo noticias de su esposa —dijo con la voz tensa.
Mis dedos se detuvieron, pero mi mirada no se movió de la pantalla. Un punto verde, el que buscaba, brillaba en